Por el año seiscientos vivió en Etiopía un pastor llamado Kaldi. Cierto día que cuidaba su rebaño de cabras notó que los animales desarrollaban una conducta extraña. Nerviosamente iban y venían, subían y bajaban, en un estado de agitación que se prolongó todo el camino de regreso y persistió durante una noche, que se volvió interminable. Sólo a la mañana siguiente el rebaño pareció calmarse y fue así como siguió con mansedumbre al amodorrado pastor hasta las zonas de pastura. Hasta que unas cerezas tentadoras detuvieron su paso, y luego de mordisquearlas, las cabras retomaron su conducta nerviosa del día anterior.Así, nació el café en Etiopía: probado por unas cabras, descubierto por un pastor, tostado por un Abad y celebrado por unos monjes.
Es una tradición muy importante en Etiopia y una invitación a presenciarla es una muestra de amistad y respeto; esta ceremonia es considerada casi obligatoria frente a un visitante, a cualquier hora del día.
La ceremonia es conducida por una mujer vestida con el traje tradicional blanco con bordes de colores. Esta ceremonia puede tardar horas, comienza cubriendo el suelo con ramas y hiervas aromáticas. Los granos de café se tuestan en un recipiente sobre un brasero con carbón; una vez tostados, se muelen a mano en un mortero.
Luego el café molido se echa en un recipiente de arcilla con tapa de paja, se mezcla y se cuela varias veces.
El café se sirve en tazas pequeñas de porcelana, se toma con mucha azúcar pero sin leche, y se acompaña con palomitas de maíz, maní o cebada cocida.
Si uno es invitado a una ceremonia, es considerado de mala educación retirarse sin antes haber consumido al menos tres tazas de café, ya que se considera que la transformación del espíritu se completa después de tres rondas de café.


